Ya estuvo, no?
De nuestro correo:La lucha por los salarios, la dignidad y la vida
En un país de contrastes brutales como el nuestro, no sorprende que miles de trabajadores salgan a las calles de la capital en demanda de un aumento salarial de emergencia, al tiempo que los senadores de la república enfrentan férreas resistencias a sus intenciones de regular los sueldos de los altos funcionarios del país.
Es cierto que el debate en torno a los salarios es tan viejo como el propio sistema capitalista, que se sustenta fundamentalmente en el trabajo asalariado, por eso los términos y las premisas del debate son prácticamente los mismos desde los tiempos de Don Carlos Marx, quien, por cierto, no exhortaba a los obreros a luchar por mejores salarios, sino por abolir el sistema de trabajo asalariado, ¡hay wey!
Para fortuna de los afortunados protagonistas de las listas de Forbes, y los miles que están a las vivas para ingresar en ellas, esos "radicalismos estériles" ya pasaron de moda. La "guerra fría" dejó su lugar a la tibia y cachonda cohabitación política, ajena a los fastidiosos entuertos ideológicos que hoy solo producen harta hueva.
El hecho es que aprovechando sus "ventajas competitivas", los patrones se llevaron al baile a los trabajadores, cuyos salarios se han ido haciendo cada vez más chiquitos. Se han acumulado tantos años de pérdida de poder adquisitivo, que los actuales salarios mínimos solo sirven para motivar la emigración hacia los Estados Unidos, fomentar el comercio informal y la piratería e incrementar el número de delincuentes.
Para completar el surrealista cuadro, nuestra abnegada, sacrificada (y todo lo que termine en ada) clase política, ante su incompetencia para establecer una política salarial acorde al crecimiento económico, como ocurre en cualquier país medianamente serio, se inventó una estructura salarial propia, inspirada en el sector privado, que a su vez se inspiró en las repúblicas bananeras de los años 60 y todos contentos, bueno, no todos, en realidad solo unos cuantos.
De esa manera se oficializaron dos mundos salariales, el de la chusma que se rige por los salarios mínimos y el de los privilegiados que se rige por el tamaño de la uñas, la desmesura y la desvergüenza de los funcionarios. En el primer caso existe un absoluto control para evitar que, bajo ninguna circunstancia, el salario suba más que la inflación, para proteger las ganancias de los empresarios.
En el caso de los privilegiados no hay normas, cada quien decide cuanto se quiere embuchacar. Como allí están los meros chipocles de la grilla, pues no hay tox, se protegen unos a otros. Los gobernantes y sus colaboradores, jueces, magistrados, diputados, senadores, altos mandos de las policías, el ejército y la armada, los jefes de los partidos, etc. Algunos tienen cierto pudor y cuidan mínimas formas, otros al grito de viva Hidalgo se llevan hasta las grapas.
Y ese agandaye lo expanden a todas las esferas de la vida. Su obligación es asegurar la calidad de los servicios médicos del sector público, a los cuales deberían acudir con sus familias como todos los servidores públicos. Pero en lugar de cumplir y rendir cuentas, ellos se atienden en hospitales privados y contratan seguros médicos hasta en el extranjero.
Lo mismo pasa en el terreno educativo. Mientras el sistema educativo se hunde en la más terrible crisis de toda la historia patria, lejos de empezar siquiera haciendo frente al cacicazgo sindical y los intereses de las escuelas patito, se desentienden del problema. Total, ellos mandan a sus hijos a las escuelas particulares más costosas e incluso a universidades de otros países.
No usan transportes públicos porque tienen a su disposición vehículos oficiales con chofer; no tienen idea de los precios de bienes y servicios; nunca pagan una multa, en fin, viven en otra galaxia. Lo que le pase o deje de pasar al popolo les anda valiendo queso.
Junto con el paquete de reformas que se promueven en el Congreso, debe incluirse la discusión del perfil del servidor público. El servidor que no sabe servir no sirve. A quienes les gusta llevar vida de pachá, rodeados de lujos y privilegios, que se vayan o regresen a la iniciativa privada y se gasten su lana como les plazca. El erario de la nación no es para que lo ande padroteando nadie.
En ese sentido es necesario elaborar y aprobar un tabulador único del servicio público: nacional, racional, equitativo y justo. No existe ninguna razón ética, profesional, técnica o laboral que justifique los abismos que hoy existen entre los sueldos de los servidores públicos. No existe otro país que haya institucionalizado las castas como México. Es absurdo e inmoral pedirle a un maestro, un médico, un bombero, un policía o cualquier servidor público, que ejerza sus funciones como un apostolado y lleve una vida de carencias y sacrificios, mientras sus jefes despilfarran el presupuesto y se enriquecen haciendo cuanta trácala se les ocurre.
Hablar de democracia y Estado de derecho en las actuales condiciones, es una trompetilla (con mentada incluida) para los millones que cada día se truenan los dedos para llevar la papa a la familia; que cada día cruzan la frontera arriesgando sus vidas; que cada mañana recorren las calles buscando un empleo y un salario dignos.
Como decían en mi barrio ¿ya estuvo, no?.
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